Los pies de la memoria (real o inventada)

A, 17 de abril: La Tierra antes de la existencia del ser humano.
B, 24 de abril: La Tierra después del ser humano.
A, 1 de mayo: Rosas de piedra.
B, 8 de mayo: El don de la ignorancia.
A, 15 de mayo: Perdidos en un cuento.
B, 22 de mayo: Los lunes.
A, 29 de mayo: Llegas tarde a tu tiempo.
B, 5 de junio: Nunca estuve aquí.

lunes, 16 de marzo de 2009

Olía a café

 Salí de casa a las doce de la mañana de un lunes cualquiera. No sabía a donde iba. Me dedicaba a mirar a la gente. Cada persona tenía un rumbo fijo, nadie miraba a nadie, todo es distinto. Me acababa de mudar a la ciudad hace tan solo una semana, todo parece más triste. En el pueblo nos saludábamos todos al vernos. Aquí nadie lo hace. Hay gente que corre, supuse que llegarían tarde a su trabajo, o que llegarían tarde a recoger a sus hijos del colegio. Todo son suposiciones. Yo no sé a donde voy. Me parecía un buen plan mirar a la gente. En ese momento vi una cafetería con grandes cristaleras y pensé que sería una buena idea sentarme en una mesa al lado de la ventana para ver pasar a la gente por la Gran Vía. Entré. Me senté en una mesa, justo al lado de la ventana. Miré a mi alrededor. Había gente leyendo el periódico, otros viendo las noticias en una televisión que había en una esquina... Olía a café. Después de mirar todo, abrí mi bolso y saqué mi agenda Moleskine. Era nueva, la abrí por la segunda página y empecé a anotar lo primero que se me venía a la cabeza mientras miraba por la ventana. No podía parar de escribir notas aparentemente sin sentido, pero de momento solo eran notas. 
  Apareció un camarero a mi lado. Muy alto, joven, guapo y con un delantal verde en el que ponía el nombre de la cafetería. Me preguntó qué quería tomar con acento argentino. Le pedí un café sólo. En realidad no me apetecía. Le dije lo primero que me vino a la cabeza probablemente para que se fuera y me dejara escribir a gusto. A los dos minutos volvió y yo suspiré porque me había interrumpido en un momento en el que estaba escribiendo algo muy interesante. Me preguntó que qué escribía. Realmente no sé por qué lo quería saber. Le dije que escribía lo primero que se me venía a la cabeza y que probablemente cuando se fuera a servir algún café a otra persona escribiría algo sobre él. Se quedó exhausto y me lanzó una mirada bastante escéptica. A mi me hizo gracia, y él se fue sin decirme nada. Me reí e intenté retomar mis notas por donde las había dejado. Pero la última se había perdido en algún lugar recóndito de mi mente. Eso me sentó bastante mal y cerré la agenda, pasé la goma que la mantiene cerrada y le puse el capuchón a mi pluma con bastante rabia. Me quedé sentada, cerré los ojos para intentar relajarme. Solo se oía algo de jazz muy bajo, algunas voces muy tenues y el chocar de las cucharillas en las tazas de café. Levanté los brazos y me di un pequeño masaje en el cuello. ¡Qué maravilla! Probablemente este sea el silencio más absoluto que se pueda encontrar en Madrid.
  Abrí los ojos y vi el periódico que seguía encima de mi mesa. Lo abrí sin saber muy bien por dónde y fui directamente a ver las páginas de sucesos. Hubo la noche anterior una inundación en un garaje a causa de las lluvias de primavera. Como no tenía nada mejor que hacer, me bebí el café de un trago, puse algo más de dos euros encima de la mesa y me fui al lugar de la inundación. Probablemente por allí hubiera alguna cafetería desde la cual pudiera escribir a gusto.

  Con esas notas empecé mi primer libro...

2 comentarios:

Pazos dijo...

si que escribes e... Que maquina mi amor!

José A. Sáinz dijo...

Corrige: a donde, ¿justo vi?, y ya está... El texto, estupendo tirando a magnífico, aunque da la sensación de que nos quedamos a las puertas de algo.